Lluvia, lluvia que cae hoy fuera de estas cuatro paredes, estas malditas cuatro paredes que oprimen mi pecho, que me hacen sentir tan pequeña...
Deslizo mi mirada al cristal y observo como las gotas resbalan lentamente por él, y desaparecen, se pierden en la inmensidad, como mis ganas de vivir. Ellas hace tiempo que se disiparon como el humo de mi quinto cigarro, se fueron lejos de esta agonía a la que alguien bautizó como vida.
Siento como, poco a poco, la energía se escapa de mis dedos, como las lágrimas empapan el papel en el que escribo mi despedida esperando algo que está por llegar. Cada letra trazada simboliza un paso más hacia el fin, dejando atrás todo aquello que me arrebató la ilusión, el entusiasmo al levantar cada mañana y sentir esas ganas de luchar, de reir, de amar, de gritar, de vivir...
Hay dias, que, mientras somnolienta me tumbo en la cama a reflexionar, cruza mi mente un nítido halo de esperanza que en un abrir y cerrar de ojos vuelve a estar lejos de mi alcance, y vuelve a terminar con todos mis pensamientos positivos.
Antes de marcharme, quería dar un último consejo al mundo: Cuando sientas que no puedes dar un paso más, que no puedes salir del pozo, que tus fuerzas se agotan con cada caída, no te des por vencido, jamás. Yo, allá dónde quiera que vaya, prometo no abandonar mi vida a la suerte, lucharé hasta sentir que mi alma se desprende de mi cuerpo. Y sin más preámbulos, me despido pues comienzo a sentir cansados mis párpados, la cabeza me da vueltas y mi mirada está perdida:
Hasta otra, y estas son mis últimas palabras.
[Aclarar que esta no es una carta de suicidio real, obviamente, pero se me pasó la idea de plasmar un pensamiento como este en el blog, y bueno, aquí lo tenéis. Seguiré escribiendo cada chorrada que cruce mi mente, cada historia, porque me ayuda a desahogarme.)