miércoles, 16 de septiembre de 2015

Y yo me quemé.


Hace tiempo que no le dedico ninguna de mis letras a aquel chico de mirada color otoño que vestía mi vida de primavera. 
Recuerdo  el vuelco que el pecho me dio la primera vez que le vi sonreír, la primera vez que le escuché pronunciar su nombre y sabía que esas palabras me las dirigía a mí. 
Era un día nublado de finales de abril cuando le conocí.
Yo no estaba en mis mejores circunstancias o quizá era el mejor momento para que él apareciera en mi vida. Al fin y al cabo, qué voy a saber yo que siempre tengo tantas dudas.
La cosa es que por aquel tiempo me sentía en una balanza entre lo que hacía y lo que debía hacer, como si una responsabilidad enorme e injustificada llevase invernando sobre mis hombros demasiado tiempo. 
Lo cierto es que, justo antes de conocerle, yo había abierto las manos para dejar salir volando a un pájaro y había cortado las cuerdas de cualquier títere que se ató a mi cuerpo sin consentimiento. 
Desde el primer momento en el que le vi encontré, en esas pecas que adornaban su cara, todos los puntos y seguidos que quería escribir en mis siguientes versos. 
Recuerdo que en algún momento cogí su mano para escribirle palabras sin tinta que significasen el principio de una historia. Siéndote sincera, papel, nunca tuve muy claro si le volvería a ver, pero parece que un apenas roce de mi boca, bastante lejos de sus labios, fue suficiente para sellar un pacto que significase volvernos a encontrar en cualquier otro lugar. 
Y no sé qué ocurrió en aquel viaje, ni aquel día, en aquel corto trayecto, pero he de decir que nunca volví a ser lo que fui.
Quizá fueron las chispas que coronaron nuestro ambiente, y digo nuestro porque por un momento, pese a que no le conocía, sentí que ese pronombre danzaba en el aire junto a tres mil quinientos fuegos artificiales.
Lo único que sé que es que tras volver a casa aquel día, tras dormir y despertar, supe que no volvería a regresar, a ser lo que era. ¿Cómo lo supe? A eso nunca he sabido encontrarle respuesta. Sólo sé que lo sabía, que lo noté en mí, en mi reflejo, en las noches y en los días.
No sé describiros con palabras todo lo que aprendí durante aquel trayecto plagado de rosales que me hicieron sangrar, pero nunca renunciar. También estuvo lleno de rayos de sol que nunca llegaron a herir, sólo a hacerme sentir. Era como vivir en una perpetúa contradicción conmigo misma y mi alrededor. Pero mientras caminaba o bailaba (aún no lo tengo muy claro) me sentí volar sin alas.
En muchas ocasiones tuve el coraje de razonar y preguntarme por qué, por qué iba de la mano de alguien que no conocía, porque me había atrevido a bailar con un enmascarado en un baile de máscaras en lugar de hacerlo con quien llevaba la cara al descubierto. Juro que me torturé cada noche, justo antes del amanecer, con mil porqués, pero entonces, en mi mente aparecía su voz y sonaba nuestra canción. En ese momento yo me preguntaba… ¿por qué no?
Estar a su lado era la antítesis del vacío, era sentirme por primera vez habitada y no sola en casa.
Después de que decidiéramos partir por lados contrarios en esta encrucijada que es la vida, decidió aparecer en más ocasiones de las requeridas. Su cuerpo no estaba presente pero cuando ya había creído olvidar cualquier sentimiento, volvía su recuerdo creando desconcierto, haciendo saltar las alarmas y abriendo salidas de emergencias que me llevan de regreso a la entrada. Y a veces, cuando cae la noche y estoy tumbada en la cama me pregunto por qué vuelve.
Entonces me doy cuenta de que besarle era como navegar hacia un mundo sin dudas y salvarme del naufragio. Y esa es una de esas pocas ocasiones en las que lo entiendo todo y se me coge un nudo en la garganta, mientras me atormenta saber que nunca tuve claro ningún te quiero.
Tengo que confesarte, ángel que cayó en mi pecho, que desde que no estás se me está volviendo a congelar este corazón remendado con cristales rotos de espejos que vieron nuestro reflejo, juntos. Que no encuentro solución a todos los “¿Y si…?” que inundan mi cabeza, que no encuentro silencio para todo este ruido.
Después de un tiempo comprendí que era cierto, que tú eras fuego.
Eras como el fuego cálido que nos arropa en invierno, ese que desprende la chimenea en un momento perfecto.
Eras como el leve fuego que irradia el sol y nos baña la piel en una mañana de primavera.
Eras como ese fuego que se crea entre dos cuerpos cuando las almas se funden en un abrazo que se cree eterno.
Eras precioso, precioso como el fuego mismo.
Pero a veces, parece que olvidamos, que detrás de tanta belleza se esconde el peligro.
Que tras el crepitar de las llamas, se esconde la devastación.
Porque el fuego es tan bello como destructivo, como dañino.
Y sí, que era cierto, que tú eras fuego.

Y que sí, que ahora lo sé, que yo me quemé. 



lunes, 14 de septiembre de 2015

Otoño.

Esta noche enfundo la pluma no para contar historias sino para descoserme las heridas y que así no queden cicatrices. 
Marcas que me recuerdan todo lo que pude ser o hacer y no fui ni hice. 
Esta es la forma que tengo de recordarme a mí misma que un día fui tan tonta o tan lista para herirme la piel con balas que no son balas sino besos. 
Besos que calan hasta los huesos. 
Fruto del roce de esas personas que sólo aparecen para dejarte claro que hay que aprender sufriendo. 
Me paso este desastre de vida pisándole los pies a la palabra melancolía mientras bailamos canciones que suenan a despedida. 
Y no paran de sonar al ritmo de mi corazón que suena como un reloj que se rompe en mil trozos. 
No dejo de arrancar hojas al calendario en un intento fallido de engañar al tiempo. 
Salto de precipicio en precipicio, o de mirada en mirada, en busca de un hueco al que llamar hogar. Un pecho en el que quedarme a descansar todo el otoño que viene.
Porque ahora es cuando llega el tiempo en el que las cosas mueren. 
Cuando los árboles se desnudan y los corazones se ponen la coraza para protegerse del frío y que así no se vuelvan a congelar. 
Están llegando unas fechas que anuncian que el verano ha terminado y que con él van a quedar enterrados otro puñados de recuerdos.
Porque hay vidas que sólo viven cuando son bañadas por el sol. 
Y con vidas me refiero a amores, me refiero a relaciones, me refiero a sueños, a ilusiones. 
Ahora es cuando toca mirarse al espejo, y decirle a tu reflejo: "por cada muerte, resucitaré más fuerte."

Amor, dicen que querer es apuntarse con una daga al corazón.
Dicen que es como volar sin paracaídas o navegar sin salvavidas: correr el riesgo.
Dicen que enamorarse es como ir vestido con un traje de cristales. Que cada caída duele el doble, deja cicatrices y daña hasta a quien quiere ayudarte.
Amor, dicen que querer es como tragar alcohol etílico para sanar las heridas que no se ven, las que van por dentro.
Como escribir más recuerdos que palabras.
Dicen que para enamorarse hay que tener claro que no volverás a ser el mismo después del naufragio.
Porque cuando alguien te besa el pecho, su fantasma te acompañará siempre en el tiempo.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Por si vuelves.

Era viernes. 
Lo recuerdo como si fuera ayer. 
Era viernes y tú y yo contemplábamos esta misma puesta de sol. 
Teníamos las manos entrelazadas y el pecho revuelto mientras la noche iba cayendo y las estrellas nos arropaban con su manto. 
Recuerdo que me miraste y dijiste que tu forma favorita de ver la Luna era reflejada en mis ojos. 
Recuerdo que yo sentía. Que sentía como en aquel tiempo creía que no lo hacía 
Por entonces yo no bailaba en las manos de nadie, era un pájaro volando lejos de las letras de cualquiera y alejándome de cualquier corazón por miedo a confundirlo con un nido y convertirlo en refugio. 
Era viernes. 
Tú y yo paseábamos bailando con el sonido de una orquesta de grillos y el viento que ululaba meneando nuestros cabellos. 
Era una noche digna de recordar cada vez que la Soledad llamaba a nuestra puerta, una noche para hacerla eternamente presa de un pasado que nunca pasa. 
Recuerdo que me miraste y comenzaste a contarme en braille historias de cuando eras pequeño y te ibas a la capital con tus padres. También me decías todo lo que me habías echado de menos durante este tiempo. 
Yo te miraba como si no fueras de este mundo, como si se tratase de la imagen de un ángel que habían expulsado del cielo para encontrase conmigo en este sendero. Como si fueras un caído en la batalla de la guerra más bonita del mundo y yo fuese quien te tiende la mano. 
Me fijaba en como se te agitaba el cuerpo cada vez que suspirabas, como te acariciabas el mentón cuando pensabas y no me mirabas. Cuando te perdías en el horizonte y tus ojos se tornaban de color nostalgia, mientras tu mente navegaba entre oleajes que anunciaban el naufragio. 
Entonces, en aquellos momentos, yo me enfundaba el papel de valiente y te besaba con labios cobardes que temían entregarse. 
De pronto todo parecía congelarse. Sentía tus músculos tensándose como si tu instinto te avisara de que sentirme era un peligro, como si tuvieras miedo de volver a ser soldado e intentar reconstruir tu mundo. Lo hacías como si tuvieses miedo a lo desconocido y yo no fuera más que una sombra en un baile enmascarado. 
Yo te besaba sin ser consciente de que los besos dejan heridas de bala entre las comisuras de la boca y que tú tenías mil cicatrices ajenas a la vista. 
Después te entregabas y recordabas a Neruda cuando con voz temblorosa me decías "quiero besarte tantas veces bajo este cielo infinito..."
Pero que ya lo dijo Shakespeare que los besos no son contratos y yo no podía esperar que te hicieras turista perpetúo de mi desastre de vida. 
Confieso que siempre tuve miedo de ser un pájaro pues sabía que, tarde o temprano, habría que abandonar el nido.

Hoy es viernes. 
Y esta puesta de Sol es igual de bonita que la última vez que me sentí morir de amor. Con la única diferencia de que esta vez tú no estás, y el amor fue sustituido por dolor.

No sé qué será hoy de tu vida pero yo, de vez en cuando, sigo visitando el sitio de siempre, por si vuelves y me quieres. 



Pd: Te dije que nunca, nunca, nunca te olvidaría. Y yo, siempre cumplo mis promesas. 


lunes, 7 de septiembre de 2015

7.

Hoy me persigue tu recuerdo, las flores marchitas y el rastro de tu olor.
7.
7 vidas menos aquel suicidio son las que me quedan en este corazón cosido.
7 es el número que ocupa nuestra canción en aquel disco cansado de sonar desde que tu huida se adueñó de los latidos de mi pecho.
Tengo el cuerpo alicatao de ganas de salir corriendo y últimamente los únicos besos son los del café a sorbos cortos, como yo quería beberte.
Esto sólo lo entenderás tú, porque sólo tú eras consciente de mi miedo a perderte, a desgastarte con ojalás y peros, mi temor a que algún día te me deshicieras entre las yemas de los dedos.
7 son los días que tardé en afilar la daga que después te clavé en el lado izquierdo, dibujando todos aquellos versos con tu tinta escarlata, para no quedarme con las ganas de escribirte poesía en la espalda.
7 son las canciones que llevan escrito tu nombre.
7 son las cartas que nunca te envié.
7 era el día en el que sonó Sabina en aquel coche mientras tomaba el camino lejos de tu cuerpo. Aquel día en el que recordé que yo tenía un corazón maltrecho y que sólo los besos traicioneros romperían las cadenas, las cuerdas del pasado.
7 fueron los meses que tardé en comprender que tú no ibas a volver. Los mismos que tardé en darme cuenta de que realmente yo tampoco quería que lo hicieras.
A día de hoy escupo a todos los números de la buena suerte, al mito de los tréboles y me lleno de barro las suelas de los zapatos alejándome de tu rechazo.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Quizá.

Quizá este no es nuestro tiempo, quizá es cierto que la arena ha dejado de caer, que ya no quedan páginas que arrancar del calendario, que dejar arder. 
Quizá es que como dice Funambulista tenemos sonando en un bucle una canción de adiós, y quizá esa canción son nuestros latidos que resuenan a modo de despedida.
Quizá es que ahora es necesario empezar a bailar bailes de salón en nuestros propio sofá. 
Quizá es que ya no hay hueco en el pecho de nadie y se nos ha quedado grande todo lo que bautizamos como amor o poesía. 
Quizá es que me debería quitar tu camisa y arrojarla al cajón junto a los recuerdos pasados, empezar a ver películas de dos en mi propia compañía. 
Quizá es que nuestra hora es la de buscar nuestro destino en otra parte. 
Quizá es que ya no vas a coger ningún tren que signifique verme, con destino a mis brazos, y que yo no voy a esperarte en ninguna estación, que no nos vamos a buscar entre la gente. 
Quizá es que esta hora, nuestra nueva hora, significa que debemos dejar que la luz que proyecta nuestro fuego se apague, decir adiós y limpiar la cera.
Quizá es que ahora lo que queda son miradas que no quieren encontrarse, cuerpos que siempre evitarán rozarse, abrazos vacíos que temen darse.
Quizá es que ahora cambiamos de fase, que es necesario dejar todo atrás, ganarle la guerra a la fragilidad y abandonar las trincheras de nuestros maltrechos corazones.
Puede ser que nos hayamos quedados sin motivos para continuar, para luchar, y que a nuestras ganas le haya podido el temor a fracasar. 
Quizá es que ahora lo que toca es edificar una muralla entre tu alma y la mía, dejarnos de tonterías y dar marcha atrás sobre nuestros propios pasos sin dejar huellas, sin miedo al rechazo.

Si estás leyendo esto, me gustaría decirte que quizá es hora de abandonar el campo de batalla, de dejar nuestra espada, de cortarnos las alas, quizá es hora de emprender el vuelo, de quedarnos con lo bueno, de aprender de lo malo, de romper directamente el vaso.

Pero recuerda, amor, que yo soy un mar de dudas donde tú decidiste naufragar y que todo lo que estoy diciendo lo digo con un quizá. 

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Ahora qué.

El corazón me ha dado un vuelco, está agitándose dentro de mi pecho como si quisiera buscar el camino de vuelta a casa, intentar salir huyendo de este laberinto lleno de angustia, apartarse del frío que siento.
Pienso que no hay escapatoria esta vez para mí, que de nada sirven estas ganas de huir, que la daga me ha dado de lleno en el lado izquierdo. 
Me escondo en las faldas de una chica llamada Literatura porque sus metáforas siempre fueron mi refugio más cobarde.
Escribo porque necesito poder sentir el amor que me transmite el folio, lo hago porque la soledad siempre ha sido mi mejor compañera. Escribo porque necesito mancharme las manos de tinta y saber que hay formas de llorar sin lágrimas. 
Escribo porque necesito saber que hay una parte de mí que puede huir, porque necesito tener claro que puedo romperme en mil trozos que nunca nadie será capaz de reconstruir. 
Lo hago porque necesito transmitir mensajes que a veces ni yo me paro a leer. 

Hoy mi cabeza está llena de ruido e intento ahuyentar tanto pensamiento negativo con golpes de pedales y acordes de guitarra. Me intento sujetar a cualquier voz rasgada que me tienda una arista para colgarme de ella hasta el verano que viene. 
Una misma pregunta cruza mi mente tres veces por segundo: ¿Y ahora qué? 

¿Qué es lo que viene después de todo esto?
¿Qué es lo que viene si siento que tú ya nunca vienes? 
Siento que te has llevado un trozo de mí con tu ausencia indirecta, con el inoportuno adiós que se pronuncia en lo que se tarda en decir "que te vaya bien." 

Siento que hay algo que se ha desprendido de imprevisto, se ha liberado, se ha soltado de las cadenas y ahora ya no vaga por ninguna jaula de cristal. Creo que se trata de este monstruo que se manifiesta en forma de latidos dentro de mi cuerpo. Quiere regresar, apoyarse en tus manos para continuar, hacerte su bastón en este camino de piedras, convertirte en su acompañante en este estúpido baile de máscaras.

Tiemblo. 
Tiemblo porque lo que siento me aterra. 
Tiemblo porque no siento. 
Porque no encuentro el camino de vuelta a aquella estación donde te di el último beso.
Tiemblo porque temo mirar hacia delante y no encontrarte. 
Tiemblo porque tengo miedo de tener ganas de llorar y no tenerte para consolarme. Para secarme mis inexistentes lágrimas y decirme que todo irá bien. 

Y es que, ahora qué.

Ahora que te marchas quién me abrazará cuando haga falta, quien me acunará en sus noches y compartirá sus días con mis reproches, quién se va a quedar hasta que pase el Otoño, quién me va a ayudar a que este órgano vital maltrecho no termine por quedarse inerte en el paso de la vida y la muerte. 

¿Qué es lo que toca ahora? ¿Toca decirte adiós con las palabras atornilladas en la garganta y los puños llenos de ganas de huir? 
¿Toca abandonar todos esos versos y besos que has hecho estallar en mi pecho? 

Hoy hace frío a 30 grados. 
Se cuela el viento por mis costillas hasta quedarse atrapado dentro.
Hoy estoy llena de escarcha y sólo me pregunto:


Ahora qué.
Ahora quién. 



https://www.youtube.com/watch?v=cz-oWH05kKA



Querido Septiembre:

Es Septiembre, nuevamente Septiembre. 

Has vuelto, esta vez has llegado cuando más te necesitaba. Llevo más de medio mes parada a tus puertas esperando que este Agosto tan poco angosto de disgustos llegara a su fin. 
Pero de pronto, has vuelto creando tempestades donde poco a poco había vuelto a edificar la calma. 
Has llegado agitando mares que ya creía secos. 

Te escribo en la madrugada del 1 al 2 de Septiembre porque necesitaba esta noche como agua en el desierto.
Llegas otra vez coronando con una Luna anaranjada el cielo como si fuera tu regalo para hacernos ver a los mortales que siempre estás vivo. 
Para mí eres el principio de año y los inicios de algo siempre llegan llenos de cambios. Esta vez más que nunca, esta vez llegas dándome un trozo de nueva vida.

Hoy reinaría el calor sobre el frío, pero es Septiembre, y no lo tengo claro.

Hoy ha amanecido el día con un gélido viento que se colaba por todas las cicatrices que quizá no han cicatrizado del todo, has llenado de escarcha todas esas pequeñas heridas que se hacen al intentar restaurar un corazón roto, todos esos pequeños cortes que te aparecen por intentar arreglar tus propios destrozos. 

Se me han llenado las aristas de ganas de salir corriendo, pero es Septiembre y tengo que hacerle frente a estas inmensas ganas de huir. 


Sí. Ha llegado Septiembre, eso todo el mundo lo sabe. Pero somos pocos los que marcamos objetivos, echamos 365 días más al baúl de recuerdo y nos colgamos más vacío de la espalda. 

"La vida cuanto más vacía, pesa más."

Estoy serpenteando cerca de tu boca, con miedo a desembocar en un beso que me termine dejando sin aliento, que me deje más inerte y que no pueda ni moverme.
Estoy trepando por tus cabellos, intentando no enredarme en ningún inoportuno laberinto que me ate aún más las cuerdas que aferran mi locura.
Contigo se pierde la noción del tiempo, y cuento los días por latidos.
Duras lo que se tarda en dar un pestañeo, la milésima de segundo en la que aprieto los puños esperando que no te me escapes.
Duras lo que tarda mi folio en blanco de llenarse de borrones pero nunca nuevas cuentas.

Y de pronto, flash, me hallo a tus puertas.
Se repite la misma historia, déjà vu perpetuo por cada paso dado, olor a caramelo, algodón de azúcar, perrito piloto, gritos de alegría, llantos de tristeza, globos que se escapan, gritos que parecen susurros y susurros que terminan siendo gritos, albero, tierra mojada, sonido de cascos, abanicos, paz, tranquilidad, soledad. Has llegado. 
Ya viene. Ya empieza el cambio...
Bush. Bush. Bush. 
Paloma mensajera con mensaje incluido:  
"He vuelto a casa."

Hoy sólo habría ruido, porque es un día gris, pero también es Septiembre y se escucha el eco de su pecho. 

Vienes creando naufragios con dedos de acuarela, lanzando salvavidas con bailes de pestañas, invitando a tomar café con sonrisas de bienvenida. Vienes, por supuesto que vienes. 

Ahora empieza.
Sonríes y yo caigo. Estoy en ti. Soy un presa, tu marinera, me dejo llevar. 

Y otro año más sabe a café, café demasiado dulce. 
Y huele a incienso, incienso demasiado suave. 
Y se siente como si no doliese, no se siente. 

Con tu regreso vuelven heridas de un pasado que parece que fue pisado por la multitud de gente, calcinados por las flores de fuego que estallaron en el cielo junto al recuerdo de tus besos, pero no, no se desvanecieron. Vuelven para acariciarme, para recordarme los errores que no debo cometer, regresan, te vuelvo a ver.

Y nuevamente, estoy perdida. 

Hoy reinaría el calor sobre el frío, pero es Septiembre y tirito. 

Las mariposas se agitan en mi interior, se clavan entre costilla y costilla dejando su esencia por todo mi ser, y me convierto en hada con alas para huir.
Huir lejos de este lado izquierdo.
Pero es Septiembre, y permanezco.


La función está apunto de comenzar, pasen y vean, el vagón está apunto de despegar destino aquella estrella fugitiva. No la dejaré escapar, porque es Septiembre y él golpea de frente. 

Que por mucho que tenga que apretar los dientes, levanto la cabeza y soy fuerte, porque eres Septiembre y me atrevo a seguir queriéndote. 





Eres el inicio de un pentagrama, eres toda la música que le pongo a mis letras, eres mi mano derecha en la guerra más bonita conmigo, eres mi asilo favorito, eres tú, ruptura y estabilidad, caricia y puñal. 
Eres tú, tren de nuevas oportunidades.

martes, 1 de septiembre de 2015

Y fuiste tú.
Sólo sólo tú.




Hubo un día en el que llegaste
y con cuidado quebraste 
cualquier manual o guía
en caso de herida.

Viniste derrotado a caer en mis brazos
esperando un abrazo en noches de desvelo. 

Lo hiciste como mariposa
que se posa en una flor marchita.
Esperando que de las ruinas
saliesen brotes verdes.

Viniste como alma rebelde
ocasionando destrozos con tu corazón hecho trozos.

Te dije que a mi no me mirases,
que yo no estaba dispuestas a darte
nada de lo que pedías, 
ni a ser tu noche ni tu día.

Que yo hacía tiempo que no era la luna de nadie, 
y que no quería ocasionar más problemas en tu vida.

No pudiste quedarte quieto, 
volver sobre tus pasos, 
dejar mi pelo,
olvidar mi silencio.

No pudiste dar media vuelta, 
regresar camino a casa,
olvidarme a mí descalza 
bailando bailes sin música. 

Abandonar los latidos en andenes,
seguir cogiendo trenes
que te dejen cerca de cuerpos 
dispuestos a retenerte. 

Lo siento, no era mi intención 
escribirte poemas entre sudor y colchón.
Nunca quise que te dejaras crecer la desesperanza,
Que abandonaras tu suerte a los versos,
dejar de darte besos.

Nunca fui consiente 
de que te estabas quedando inerte
viviendo una vida de cuerdos
que avecinaba la muerte
con graznidos de cuervos. 

Juro que no quise 
lanzarte hacia el olvido
enfundar armas
dejarte cicatrices
callarte todos los sonidos.

Perdón por ser calma cuando tú pides marea alta.
Perdón por ser silencio cuando tú reclamas ruido.
Perdón por ser mordaza cuando tú quieres auxilio.