lunes, 30 de junio de 2014

Cicatristes.

Versos vacíos
de presión indeseada,
buscando el asilo
de tu huella en mi cama.

Sonido roto,
lágrimas de madrugada,
café a sorbos
con la visión nublada.

Pensamiento difuso,
piel arañada,
corazón muerto
y vuelta a la almohada.

Latido frío,
sábanas ensangrentadas
con sangre de limón,
perdida entre puñaladas.

Beso desteñido,
pasión asesinada.
Llameante letargo
con presencia camuflada.

Inanición de tus versos,
sequía de tu mirada,
castigo no fingido,
indulgencia caducada.

Nostalgia perpetua
con el rastro de tu boca
donde pasaron tus labios
cadenas hoy me tocan.

Oscura cárcel
de querencia incontrolada,
ruptura de tus dedos
por caricias desgastadas.

Lejano deseo,
ganas que no rozan,
vacío permanente
con tus sentimientos ausentes.

Cicatristes de muerte.

jueves, 26 de junio de 2014

Ya no es nuestro tiempo.

Ushak provisional, a día 27 de Junio de 2014. 4:56 horas. 

No voy a decir nada que no haya dicho con antelación, pero son casi las 5 de la mañana y mi mayor y mejor entretenimiento es soltar esto al folio.
Debería empezar por el principio, por la ilusión, por las ganas que había y como la brisa se llevó todos los motivos que tenía para quedarme a tu lado.
No fue un mes, no fueron dos, ni siquiera doce, fueron años a tu lado. Años que no considero desperdiciados, créeme. Pero todo esto lo sabes, ¿no?
Recuerdo a la perfección como llegaste, como despertaste algo en mi interior, como jodiste todos mis planes, bueno, no los jodiste pero es una forma de hablar. Tu presencia alteró el orden establecido de mi vida, y a partir de ahí comenzó el caos interior, comenzó el frenético frenesí. (Válgase la redundancia)
Una viva llama se despertó, y juro que yo intentaba protegerla del viento con mis propias manos. Pero como en aquel conocido cuento, el lobo sopló y sopló y la llama apagó. O algo por el estilo.
Yo me aferré a la esperanza de reclamar tus besos, tus abrazos. Al deseo de despertar cada mañana y buscarte debajo de las sábanas. Pero no te perdiste ahí. Tú no estabas perdido.
Buscaba algo a lo que agarrarme, algo que me hiciese sentir que yo estaba para ti, y que no iba a irme. No, no lo entiendes, nunca tuve miedo de tu ausencia. Ni de que te marchases.
Al principio, yo no quería perderte. No quería dejarte ir. No quería nada, absolutamente nada de esto.
Al principio existía algo, algo tan fuerte e inquebrantable que se fue por imposible. Quiero decir, algo que ya no existe.
No te culpo, aunque tengas la culpa. Yo también la tengo. No podemos negar al corazón lo que dicta la razón.
Supongo que el título te hará pensar en: "¿de verdad te decepcioné? ¿con todo lo que hice por ti?"
De decepciones va el asunto.
Sí, me has decepcionado jodidamente, absolutamente, imperturbablemente, inexorablemente, fuertemente, duramente, increíblemente, indudablemente y todos esos estúpidos adverbios terminados en mente. Mente, ahí quería yo que estuvieses por cuenta propia. Lástima.
Siempre digo que no sé que fue lo que falló, ahora, tras la decepción sé cual era el problema. No, realmente siempre lo he sabido.
Tú eras tú, bueno, un tú lleno de falsas apariencias. ¿Por qué digo esto? Porque la gente cambia, pero los cambios radicales de un día para otro son falsedades. Cambiar ideales de la noche a la mañana, bueno, ¿realmente tenías tus propios ideales? Lo dudo mucho.
No intentes buscar matices entre mis líneas como tantas veces te dije que hicieses, hoy no tiene sentido porque todo lo que plasmo es lo que quiero decir.
Creo, que siempre intenté dejar todo muy claro. Nunca quise malinterpretaciones aunque al final nadie sabia nada de lo que estaba pasando.
¿Qué fuimos? Y yo qué diablos sé. Pero éramos algo, algo que era precioso, divertido, amoroso,  contagioso, tedioso, pesado, sobre explotado, algo que ya es nada. Aunque tú no quieras creerme.
Siempre quise poner puntos, pero no conseguía fijar un final porque te miraba a los ojos, a tus putos ojos que aturdían y confundían todo lo que podía pensar o sentir. Y juro que lo intentaba, poner fin a aquella perdición sin retorno. Porque no sabía que hacer ya, ni que decir, ni que sentir, porque no sentía y quería querer con todos los sentidos posible. Me faltaron sentidos qué buscar para quererte. 
Siempre creí que a la hora de escribir esto lo haría echa polvo, llorando, riendo, recordando...pero, no duele, no importa, no recuerdo...todo me da igual.
¿Qué ocurre?
¿Qué es esta indiferencia que me acecha?
Creo que las mentiras han bastado para servir de colador de emociones, y ahora estoy aquí. Apagada. Todos me lo dijeron, aunque tú no supieras nada, aunque nadie supiera que era por mi culpa al intentar ser para ti. Me apagaste. Lo hiciste. La luz se fue y llegó el tiempo del apagón. Oscuridad.
Como la ala de un cuervo que anuncia el mal presagio de las despedidas.
Yo dije: ¿Capaz o Incapaz?
Tú dijiste: Nada más importa.
Hoy yo digo que soy capaz de que nada más me importe. Empezando por ti. 
Te pediría perdón, pero no lo siento. No siento el arrepentimiento de nada. Fueron grandes tiempos. Tiempos de pensamientos.
Tiempos de evolución.
Tiempo de perdición y encuentros.
Tiempo de besos, de canciones, de sensaciones, de experiencias, de promesas a medio cumplir y a media luz.
Y hoy, hoy es cuando de veras sé que todo ha pasado. Que me salvé a tiempo, y quizá también te salvé a ti, de navegar a la deriva.
Ha sido un tiempo memorable. Pero ya no es nuestro tiempo.
Así que, desde el más fondo de este corazón que esperaba que tú consiguieras enamorarle.
Desde el interior de este corazón dormido que esperaba el beso de reanimación.
Desde lo más profundo de este corazón arrinconado que buscaba la libertad en tus brazos.
Tengo el valor de decir adiós.



El espíritu de las sonrisas pasadas, presentes y futuras.

Esta es la historia de un chico y una chica que se entendían a la perfección, creían estar hechos el uno para el otro. Sin embargo, había un gran problema: no se conocían. 
Corría el mes de abril, un año cualquiera, en un sitio cualquiera, dos personas cualquieras que iban a dejar de ser cualquier persona el uno para el otro. ¿Pero quién diablos sabía eso? Es más, ¿por qué era abril? ¿Por qué empezamos las estúpidas historias en abril? 
Bueno, a lo que iba, corría el mes de abril cuando todo comenzó...
Una hermosa tarde, no hacía calor, ni hacía frío, los pájaros cantaban alegres (o todos creíamos eso) volando de rama en rama, y las flores estaban en su máximo esplendor. 
No, aquí no hay un accidente de tráfico donde se conoce a la persona de la que te vas a enamorar, tampoco chocan y se le cae a uno de los dos el helado y el culpable invita al otro, no, nada de eso. Ni siquiera es una historia de amor. ¿Se puede considerar una historia? Bueno, quizá no haya duda de eso. 
Vuelvo a irme por las ramas.
Corría el mes de abril...ah, no, espera, un poco más adelante.
Imaginad una avenida, una larga avenida que parece no tener fin. A cada lado de la acera caminaban nuestros protagonistas, chica a la derecha y chico a la izquierda. ¿O era al revés? Tampoco lo recuerdo muy bien. Bueno, a lo que íbamos.
Ambos caminaban sin rumbo fijo, bueno, eso era lo que imaginaban, sólo podían seguir el camino de la avenida, realmente. O dar marcha atrás, ¿pero para qué volver sobre sus pasos?
Podemos hablar aquí del valor, de que no necesitaron ningún estímulo externo para cruzar miradas, y sonreír. Aquel momento, en el que compartieron una de las cosas más preciadas del mundo, ninguno de los dos imaginaba lo que sucedería a continuación. ¿Qué sucedió? preguntaréis. No me digas más, ¿se besaron? ¡Qué típico! No, esperad, esperad, no adelantemos acontecimientos. 
Corría el mes de abril...vale, no, me dejo de bromas. 
Ambos seguían avanzando después de haber intercambiado esa preciada sonrisa. Y bueno, la chica cruzó la calle. ¿Por qué lo hizo? Porque quería conocerle, obviamente. 
-Hola, ¿te gusta la música? 
Él quedó algo sorprendido por la manera tan directa de la chica. Le gustaba esa forma de ser.
-Em, sí, supongo.-el chico intentaba salir de sus pensamientos. Ella olía a fresas, ¿o era a jazmines? bueno, no lo sé, pero seguro que el chico no lo olvida. Piel clara, ojos...ojos...ojos que decían algo. ¿El qué? ¡No me preguntéis a mí! Eso lo sabe él.
-¿Qué tipo de música te gusta?-insistió la chica. 
-Casi de todo, al menos lo que yo considero música. Aunque en especial me gusta...¿has escuchado a Sabina?
-Sí, claro que lo he escuchado. "Y morirme contigo si te matas." ¿Cómo seguía?-comenzó a murmurar la chica. 
Tenía una voz dulce, pensó él. Y también cantó.
-Y matarme contigo si te mueres...porque el amor cuando no muere mata...
-Porque amores que matan, nunca mueren.-continuó la chica. 
Y ambos sonrieron una vez más.
-¿Qué tipo de música te gusta a ti...eh...? Acabo de percatarme que no me sé tu nombre.-dijo el chico.
-Ssh...no es necesario.-aseguró ella haciendo un movimiento de indiferencia con la mano.-Me gusta casi toda la música también, pero en especial la música de la vida.
-¿La música de la vida?-dijo él sin entender del todo. 
-Sí, mira, calla. Shh. No hables, para, para. 
-No estoy ha...
-¡Ahora sí!-interrumpió ella. La música de la vida -prosiguió- es todo esto que hay. Los pájaros que pian felices, o tristes, el sonido del viento cuando mece las ramas de los árboles ¡o cuando hace crujir las ventanas en una noche de frío! También el sonido de los coches, de la gente que va andando por la calle...el sonido de nuestras propias pisadas...el sonido de la máquina de café cuando se hace ¿te gusta el café? Bueno, sigo. Incluso, el sonido que ahora mismo estamos haciendo nosotros, ¡o el de nuestros pensamientos!-comentó emocionada.
-Ya veo...-dijo él cautivado por sus palabras.
-¿Pero sabes cuál es el sonido más hermoso? 
-¿Cuál?
-¡El de la vida!-dijo ella y soltó una carcajada. 
-¿No es ese el que me acabas de describir? 
-Sí, pero no, la música de la vida es el conjunto de sonidos que hay en la vida, el sonido de la vida es EL sonido.-dijo gesticulando mucho la boca en ese artículo. 
-¿Qué diferencia hay?-preguntó el chico con una mirada de interés.
-Verás, te lo mostraré. Cierra los ojos, y escucharás la música de la vida.
El chico hizo lo que ella dijo. Y ahí estaban: los pájaros, los coches, las risas de los niños pequeños, el llanto de un bebé, el viento, una caja registradora...ahí estaba, la música de la vida. 
-Y este es el sonido de la vida. Mira, ven acércate. 
Él se acercó un poco y ella, le guió la cabeza hacia el lado derecho de su pecho...
Entonces escuchó lo que era el sonido de la vida...los latidos del corazón. La vida en esencia misma. 
-Tú...tú...¿de dónde has salido? ¡Me encanta todo lo que dices!-dijo el chico asombrado cuando se separó y la miró a los ojos. 
-Vengo de por ahí-dijo ella señalando hacia atrás de la avenida.-Supongo que igual que tú.
Y volvió a sonreír. 
-Sí, también vengo de allí, pero voy hacia...-el chico se frenó porque se percató de que había llegado al final de la avenida.
-Sí, no te preocupes, yo también venía hacia aquí. Bueno, un placer conocerte.-dijo la chica conforme iba alejándose.
-No, espera, ¿cómo te lla...?
La chica volvió a interrumpirle: ¡Recuerda, la música de la vida!- gritó.
Él era uno.
Ella era una.
Eran dos. 
Pero durante aquel camino habían sido uno, había existido un nosotros.
No se conocían, no se enamoraron, no se besaron, no se abrazaron, no se amaron...pero hablaron, y se sonrieron. 
Y, aunque quizá nunca jamás se volvieron a ver, él aprendió el sonido de la vida. Y ella, bueno, ella llegó a la conclusión de que merecería la pena volver a escuchar a Sabina.
Esto no es una historia de amor, pero puedo aseguraros, aunque tampoco lo recuerdo muy bien, que no dejaron de sonreír en ningún momento. En efecto, esa es la cosa tan preciada que compartieron, una avenida llena de sonrisas. Sí, también puedo aseguraros que ninguno de los dos, jamás de los jamases olvidaría al otro. 
Aunque él no sabía quién era ella.
Aunque ella no sabía quién era él.
¿No habéis preguntado quién soy yo? Tampoco me presenté, o no tuve ocasión de hacerlo (o quizá intención) 
Ah, ahora veo que sí lo hacéis, ¿quién soy? Pues un pajarito. Sí, de verdad, el que piaba fuerte, fuerte, fuerte, el que ambos oía. Bueno, quizá no lo sea. Deciros que durante esa historia yo cometí mi cometido. 
Da igual, espero que vosotros tampoco me olvidéis nunca. Sea quién sea yo. Y seáis quién seáis vosotros, tampoco os olvidaré.

Posdata: No dejéis de sonreír. 




lunes, 16 de junio de 2014

Este "adiós", no maquilla un "hasta luego."

Ahora sólo queda aire.
Ahora sólo ha vuelto el oxígeno que me faltaba. 
Ahora tengo la tranquilidad que tanto buscaba. 
Ahora he salido de ese bucle infinito, lleno sólo de recuerdos.
Ahora que no estás tú.
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Ella era fuego. 
Él era agua. 
Y como dice Sabina, el agua apaga el fuego. Justamente esa fue su historia.
Ella solía caminar despreocupada por las calles de su mente, sin tener mayor preocupación qué mirar hacia adelante.
Él quería mostrarle un mundo, crearle un mundo, un mundo irreal. Lleno de falsedades. De cosas a medio hacer o terminar, de risas perdidas en un abismo tan lejano como la Luna...
Un abismo que se sentía, aún así, tan cerca...tan cerca.
Ella era fuego, fuego puro, con corazón de hielo. Y su esperanza era conseguir una bonita combinación. Calentar el agua con el calor de sus besos, y que el agua caliente pudiese acabar con esa muralla de 
escarcha que la protegía del dolor, y del amor.

Ella soñaba, y reía, y saltaba, y quería querer...Pero no podía.
Y el soñaba, y reía, y saltaba, y quería no querer tanto...Pero decía que no podía. 

Dicen, que los polos opuestos se atraen... que los imanes se acercan a una velocidad mayor que la que se tarda en parpadear, o perderse en una mirada. Ella no creía en aquello. Pero quería creer. 

Y quería soñar, y reír, y saltar, y dejarse llevar.

Llegaron las promesas, y los retos a medio hacer. 
Se fueron los te quiero, porque ella decidió dejar a un lado las palabras vacías.

Y soñaba, y reía, y saltaba, pero decía que no sentía nada.

El vínculo, que creían sólido, se fue desgastando a base de tantos besos, de tantos abrazos, de tantos momentos, de tantas palabras marchitas. Y ya no quedaba nada. 

Y ella lo decía.
Y él no lo creía, o no lo quería creer. Y callaba. Y lloraba.
Y ella no sabía que hacer, y lloraba también. Y guardaba momentos en un álbum de fotos que existía en su memoria. 
Y siempre era un continuo "y" que no llegaba al punto.

Y nadie sabía que hacer, otra vez.
El vínculo se siguió desgastando, y la ilusión quedó pendiente de un hilo.
Ella se estaba apagando, y no podía más.
Él había tomado nuevos caminos, pero se aferraba a un pasado.
Ella sonreía al conseguir sus objetivos.
Él prometía seguir con todo lo que guardaba, y no poner fin a la historia incompleta.
Ella reía, porque sabía que todo acabaría. Y que sería como ella había imaginado en su mente.
Él incumplió promesas.
Ella incumplió una promesa.
Los dos incumplieron los pactos.
Pero cuando el vínculo calló, y la desnudez quedó iluminada por la luz de las estrellas. Nada más importaba. Ya nadie era capaz de decir más nada, porque no había nada más que decir.

Y por las arrugas de su voz, se filtró la desolación de saber que esos eran los últimos versos que escribían juntos. Y los dos sabían, que sobraban los motivos. 





"No acuses a mi corazón, tan maltrecho y ajado que está cerrado por derribo."