domingo, 2 de noviembre de 2014

Y así fue, se fue.

Era un idiota, de esos que te convierten en musa. De esos que te matan el corazón a base de latidos, pura ironía, contradicción, un sinsentido.
Era muy idiota, tan idiota, que creía que le quería y yo pensaba que llegaría a quererle.
Era tan sumamente idiota que se dejó enamorar por una de mis sonrisas, o eso me decía.
Entre otras cuantas cosas me dijo que era verdad, que tenía razón en eso de que era idiota, jodidamente idiota. Pero que era mi idiota, y que eso yo no podía cambiarlo.
Cayó en la redundancia de recordármelo todos los días y no sé, me cansé. Y le dije, que no, que no era mío. Que él era un pájaro libre y terminaría por irse, emigrar.
Y así fue, se fue. ¿O le eché?
Yo encontré mi refugio en una melodía barata, en un cuarto de sonrisa, en un tercio de caricias. En un risa repetida. En una pena conocida.
Libre de vacío.
Llena de ausencia.
Cayendo al abismo.
Haciéndolo de cabeza.