viernes, 12 de diciembre de 2014

Incendio.

Maldito sea aquel día, maldito sea el momento en el que me columpié por tu pelo, en el que bailé junto a tus dedos, me deslicé por tus pestañas hacia el lugar perfecto que crea tu cuello.
Maldito sea el día en el que decidí cobijarme en tu clavícula izquierda y volar hasta tu pecho, para colarme dentro.
Maldito sea el preciso instante en el que comencé a anhelarte, en el que dejé de verme en mi reflejo para verte a ti dedicándome un beso.
Maldito sea el invierno, que por muy frío que fuese, se convirtió en infierno y el sudor que me recubre cada madrugada ya nada tiene que ver con tu cuerpo, ni con más deseo que el que me demuestran mis sueños. Sueños o pesadillas que se cuelgan de mis ojos, para morir en mi boca, que te ruega, como loca “por favor, vuelve.”

La mejor forma de irme a dormir era contigo a mi lado, mientras tú leías un libro y yo me dedicaba a escribir poesías entre las líneas de tus manos. Tú me mirabas con esa risa traviesa que decía “chica, mañana serás mi desayuno”. Y yo, después de estrecharme entre tus brazos me quedaba dormida con la más tierna sonrisa.
Ahora, por las noches sólo me queda un café medio frío y realmente amargo, porque tú te has llevado toda la maldita dulzura. También me queda una cama llena de nada, hecha de reproches, demasiado fría, demasiado vacía, demasiado sin ti.
Ya no me apetece el chocolate caliente de cada despertar porque no quedan los besos de después y tú no estás.
Un día, no recuerdo cuándo, me dijiste que quizá saldrías volando. Desde entonces tuve el miedo que se tiene cuando estás al borde del precipicio y no sabes si la mano que te acompaña está dispuesta a empujarte, a salvarte o a suicidarse contigo.
Cierro los ojos y te veo vaciando otra copa, llenándote de pena la ropa y con mis palabras rondando por tu cabeza. Yo no soy el centro de tu mundo, porque nosotros siempre hemos sido dos almas que han ido sin rumbo. Y mientras andaba dando tumbos me topé contigo.
Joder, contigo…
Ahora, siempre me sobran un par de minutos antes de irme dormir porque no tengo a nadie a quien darle las buenas noches como te las daba a ti.
Quiero suponer que nos has borrado ninguna de mis fotos, que no has quemado mis cartas, y por supuesto quiero creer que no has dejado de quererme. Aunque eso ya no importe, aunque esté de más.
La poesía que ocupa mis estanterías ya no me caben en el alma, porque tengo el corazón demasiado hecho pedazo para tanta canción triste.
Maldito sea el día en el que tu alcohol etílico curó mis heridas. Maldita sea la vida que se vive sin ti, porque así, el vivir se convierte en la gran putada de quererte y aunque te eche de menos no me arrepiento. Este, cariño, es nuestro incendio.



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