Maldito sea aquel día, maldito sea el momento en el que me
columpié por tu pelo, en el que bailé junto a tus dedos, me deslicé por tus
pestañas hacia el lugar perfecto que crea tu cuello.
Maldito sea el día en el que decidí cobijarme en tu
clavícula izquierda y volar hasta tu pecho, para colarme dentro.
Maldito sea el preciso instante en el que comencé a
anhelarte, en el que dejé de verme en mi reflejo para verte a ti dedicándome un
beso.
Maldito sea el invierno, que por muy frío que fuese, se
convirtió en infierno y el sudor que me recubre cada madrugada ya nada tiene
que ver con tu cuerpo, ni con más deseo que el que me demuestran mis sueños.
Sueños o pesadillas que se cuelgan de mis ojos, para morir en mi boca, que te
ruega, como loca “por favor, vuelve.”
La mejor forma de irme a dormir era contigo a mi lado,
mientras tú leías un libro y yo me dedicaba a escribir poesías entre las líneas
de tus manos. Tú me mirabas con esa risa traviesa que decía “chica, mañana
serás mi desayuno”. Y yo, después de estrecharme entre tus brazos me quedaba
dormida con la más tierna sonrisa.
Ahora, por las noches sólo me queda un café medio frío y
realmente amargo, porque tú te has llevado toda la maldita dulzura. También me
queda una cama llena de nada, hecha de reproches, demasiado fría, demasiado
vacía, demasiado sin ti.
Ya no me apetece el chocolate caliente de cada despertar
porque no quedan los besos de después y tú no estás.
Un día, no recuerdo cuándo, me dijiste que quizá saldrías
volando. Desde entonces tuve el miedo que se tiene cuando estás al borde del
precipicio y no sabes si la mano que te acompaña está dispuesta a empujarte, a salvarte
o a suicidarse contigo.
Cierro los ojos y te veo vaciando otra copa, llenándote de
pena la ropa y con mis palabras rondando por tu cabeza. Yo no soy el centro de
tu mundo, porque nosotros siempre hemos sido dos almas que han ido sin rumbo. Y
mientras andaba dando tumbos me topé contigo.
Joder, contigo…
Ahora, siempre me sobran un par de minutos antes de irme
dormir porque no tengo a nadie a quien darle las buenas noches como te las daba
a ti.
Quiero suponer que nos has borrado ninguna de mis fotos, que
no has quemado mis cartas, y por supuesto quiero creer que no has dejado de
quererme. Aunque eso ya no importe, aunque esté de más.
La poesía que ocupa mis estanterías ya no me caben en el
alma, porque tengo el corazón demasiado hecho pedazo para tanta canción triste.
Maldito sea el día en el que tu alcohol etílico curó mis
heridas. Maldita sea la vida que se vive sin ti, porque así, el vivir se
convierte en la gran putada de quererte y aunque te eche de menos no me
arrepiento. Este, cariño, es nuestro incendio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario