jueves, 25 de diciembre de 2014

Me declaro culpable.

Esto esto abandonado pero últimamente no encuentro un por qué para escribir aquí. Pero quiero retomarlo, quiero hacerlo, quiero decirlo todo.

Quería hablaros esta noche de Diciembre de la impotencia que se siente cuando se quiere y no se puede. Me explico. Cómo cojones vamos a luchar en un campo de batalla sin oponente alguno. En asuntos del corazón no existe la paz, las banderas blancas, existe la guerra. Una guerra preciosa, y que sí, que a veces dolorosa.
Dicen que lo que está muerto no puede volver a morir, así que supongo que mi fe resucita cada día para morir cuando cae el sol. Una y otra vez, en un bucle infinito que no nos lleva a ningún sitio.
Quiero decir que toda la esperanza que me queda es un mero resquicio de lo que fue en su día.
Ahora solo queda la leña después de arder, los restos, las cenizas, las caídas, las quemaduras, las ganas, los sueños, los besos, las llagas...
Queda el bote de colirio post noche en vela de poesía y querencia.
Quedan un par de versos debajo de la almohada. Tu boca en mis sueños y el deleite que es tu mirada.
Quedan tus recuerdos, tus contratiempos, tus seguridades y mis dudas.
Quedan muchas cosas y me equivoco cuando digo que no queda nada o que queda poco.
Pero de ti o de nosotros, es cierto que sólo quedan los recuerdos de lo que fue nuestra historia, para mi gusto, demasiado corta.

En el juicio final me declaré culpable por traición, ahora cumplo condena.
Cúlpame, llevas razón.

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