viernes, 22 de mayo de 2015

Rendición.

"Escúchame y prometo dejarte en paz"
Fue como comenzó nuestra última conversación.
Era un día de esos que se pasan con un nudo en la garganta hecho de palabras atrapadas, de esos en los que tu mente no es capaz de procesar tanta información y tu vida parece ir a cámara lenta.
Nos habíamos visto demasiado tarde como para ser conscientes de que el tiempo se nos estaba agotando, como para darnos cuenta de como la arena se había escapado del reloj y ahora solo quedaba la tormenta.
Comencé a introducirme en el naufragio de 3000 besos perdidos y me di cuenta de que la rendición era una preciosa opción.
Me rendí a su recuerdo, al paso de los te quieros, me rendí ante nuestras calles, a su caminar, a la brisa que acariciaba su pelo.
Lo hice también a su cielo, su infierno, a su luna de cristal, a su recuerdo con sabor a sal.
Me rendí a la forma que tenía de ondear el cabello cuando me negaba que le gustara mi cuello, a la forma que tenía de morderse el labio y cerrar las puertas del manicomio, conmigo dentro, loca, loca de remate, jodidamente loca por sus huesos.
Me rendí ante su mano firme, cuando paseábamos por las orillas de ninguna playa, soñando con volar por el cielo de ninguna boca y agarrados del brazo. Echándonos de menos, sin salvavidas, en este mar de dudas.

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