miércoles, 13 de febrero de 2013

Relatos de una tarde de verano.

"A veces en la vida ocurren momentos perfectos. Instantes mágicos que no se pueden medir con los relojes normales y casi siempre pasan tan rápido que no nos damos cuenta hasta que se han ido. Duran pocos segundos, es como un parpadeo o clic de una fotografía, luego se escapan volando pero se quedan guardados en nuestra memoria por siempre."
Este era uno de esos momentos:
Era verano, vuelta de vacaciones. Yo no podía dejar de pensar en él, y en las inmensas ganas de tenerle entre mis brazos. Cada paso que daba mi corazón se agitaba desenfrenadamente, y cada vez que le veía mi pulso cardíaco aumentaba de manera casi inhumana.
Allí estaba, esperándome en la puerta de su portal, con esa encantadora sonrisa que en muchas ocasiones me había sacado de quicio pero que tantas otras había echado de menos...
Nunca quise reconocer que estaba locamente enamorada, pero es cierto, hasta la fecha ha sido la única persona capaz de abrazarme el alma, de acariciarme el corazón con manos de seda. Recuerdo a la perfección todos aquellos nervios tontos que vagaban por cada parte de mi piel, y que se dispararon brutalmente cuando crucé el umbral de su apartamento con los ojos cerrados, tal y como anteriormente me había dicho él. Cuando escuché esa canción, nuestra canción, en el estómago comenzaron a revolotear extrañas mariposas, y momentáneamente percibí el olor a velas perfumadas que inundaba la habitación. Cuando avancé, torpemente y sujetada a su mano, hacia el salón por fin me dio la señal de abrir los ojos.
Y ahí estaba, un precioso camino de pétalos de rosas y velas que yo había cruzado, cuyo fin era un hermoso corazón hecho de lo mismo. Dos rosas de una hermosura celestial se situaban en el centro decorando una carta. Comencé a leer y cada palabra escrita en un precioso tono plateado me atravesaba la piel, sentí sus manos frías por mi cuello, acariciándome con dedos de plumas, ligeros y con una calidez impropia de él, de pronto sentí el frío al contacto con algo de metal, ahora colgando delicadamente de mi cuello: un precioso búho argentado con una preciosa piedra del color del amanecer.
La última parte de la carta me heló el alma: "Mientras siga sonando esta canción, mientras tú habites en mi corazón y en mi mente, mientras seas dueña de mi calma y mi locura, dueña de mis sueños y mi musa, te amaré, viviré por y para ti. Y no importa las tempestades que vengan, no importa si la lluvia cae torrencialmente, pues estamos juntos, eternamente juntos..." Una lágrima surcó mi mejilla seguida de otra aún mas profunda, y me giré, y le vi, mirándome con esos infinitos ojos celestes, y deslizó su mirada hacia mis labios, se acercó con dulzura y con una suavidad propia del algodón nos fundimos lentamente en un hermoso beso, un beso con sabor a "te he echado de menos."

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