Adiós, letras que se
graban en mi alma a fuego intenso, y me queman cada parte de la piel. Ese adiós que me pilló por sorpresa, como un cristal que se rompe estalló mi corazón.
Aún me atormenta, en sueños, esa palabra pronunciada de tus
dulces labios, aquellos que recorrieron mi cuerpo una vez.
Arde, quema, escuece cada centímetro de mi ser. En mi cabeza resuena tu voz, pronunciando una
fría despedida.
¿Por qué te vas? ¿Por qué me dejas? ¿Por qué me abandonas en
este páramo tan solitario?
Te echo de menos, y mis palabras no bastarán para que notes
la intensidad con la que lo hago.
Siento que me pierdo, que hace tiempo que dejé de ser yo. ¡Y
todo por tu culpa! ¡Tú eres el culpable de mi desgracia, de mis desdichas, de mis noches en velas y mis días sin vivir! Que fuiste tú quién me soltó, quien me obligo a volar, quien me hizo soportar toda esta tempestad.
¡Déjame, olvídame, vete y no vuelvas, que no quiero saber
nada de ti!
Nada de ti:
Nada de tu olor, que me embriagaba a cada minuto.
Nada de tu risa, tan contagiosa, tan agradable, tan
irresistible.
Nada de tus seguros brazos, de los que fui presa una y otra vez.
Nada de tu sonrisa, que, un día, fue la estrella que guió mi sendero.
Nada de tus intensos ojos azules, como el mar, en los que tantas veces me ahogué.
Nada de tu espalda, la que tantas veces recorrí dibujando un corazón con las yemas de mis dedos.
Ni de tu forma de caminar, ni de tu voz, ni de tus te
quieros, ni de tus abrazos y mucho menos de tus besos.
No quiero saber nada de ti, y mucho menos de mí.
No quiero volver a verme acariciando tu cuello, paseando de
la mano contigo, diciéndote lo que siento.
No quiero tener que
volver a apagar la luz porque deteste verme llorar.
No quiero seguir hablándole a mi almohada de ti, cada noche desde que te fuiste.
No quiero seguir hablándole a mi almohada de ti, cada noche desde que te fuiste.
No quiero verme como una cría indefensa, y no quiero sentir
que te echo de menos.
Pero no puedo, me quemo.
Tu ausencia delata mis ganas de tenerte cerca. Tediosas me resultan mis ganas de besarte,
y de oír un todo está bien con esa voz
quebrada.
Días añoro despertar con tus canciones susurradas a mi oído.
Noches extraño dormirme abrazada a ti, bajo un manto de
estrellas.
¿Qué has hecho de mí? ¿En qué clase de ser inerte me has
convertido?
Y ruego a un Dios en el que no creo que me ayude a
olvidarte, que queme todos nuestros recuerdos, que aleje tu fantasma de mi
vida, pero es en vano.
No puedo decidir, por obra de arte, alejarte. Porque te
niegas, te niegas a dejar de mover tu maldita mano por encima de tu tumba. ¡Eres
incapaz de estarte quieto!
Te odio, te odio, te odio, TE ODIO, TE ODIO -digo frente al espejo
cada vez en tono más alto.
Pero es imposible odiar cuando se ama, es imposible detestar
cuando sabes que se quiere, es imposible olvidar cuando sabes que lo sientes.
Tú eres el imposible, déjame rectificar mi equívoco y decir que los imposibles somos nosotros, que no estamos hechos el uno para el otro.
Tú eres el imposible, déjame rectificar mi equívoco y decir que los imposibles somos nosotros, que no estamos hechos el uno para el otro.
Por ti me tragaría el orgullo junto a los chupitos de
tequila. Pero me niego al saber que no quieres nada de mí, ni siquiera los
buenos días.
“Hazte entrar en razón, abre los ojos y date cuenta que
quien de verdad te quiere permanecerá a tu lado siempre” intento convencerme
mientras mi mente viaja a lugares lejanos.
Y poco a poco, cierro los ojos y me consumo como tu último
cigarro.
"No encontré la razón, ¿por qué?"
Y es que dicen que el primer amor nunca se olvida. |
La magia de leer entre líneas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario