jueves, 26 de junio de 2014

El espíritu de las sonrisas pasadas, presentes y futuras.

Esta es la historia de un chico y una chica que se entendían a la perfección, creían estar hechos el uno para el otro. Sin embargo, había un gran problema: no se conocían. 
Corría el mes de abril, un año cualquiera, en un sitio cualquiera, dos personas cualquieras que iban a dejar de ser cualquier persona el uno para el otro. ¿Pero quién diablos sabía eso? Es más, ¿por qué era abril? ¿Por qué empezamos las estúpidas historias en abril? 
Bueno, a lo que iba, corría el mes de abril cuando todo comenzó...
Una hermosa tarde, no hacía calor, ni hacía frío, los pájaros cantaban alegres (o todos creíamos eso) volando de rama en rama, y las flores estaban en su máximo esplendor. 
No, aquí no hay un accidente de tráfico donde se conoce a la persona de la que te vas a enamorar, tampoco chocan y se le cae a uno de los dos el helado y el culpable invita al otro, no, nada de eso. Ni siquiera es una historia de amor. ¿Se puede considerar una historia? Bueno, quizá no haya duda de eso. 
Vuelvo a irme por las ramas.
Corría el mes de abril...ah, no, espera, un poco más adelante.
Imaginad una avenida, una larga avenida que parece no tener fin. A cada lado de la acera caminaban nuestros protagonistas, chica a la derecha y chico a la izquierda. ¿O era al revés? Tampoco lo recuerdo muy bien. Bueno, a lo que íbamos.
Ambos caminaban sin rumbo fijo, bueno, eso era lo que imaginaban, sólo podían seguir el camino de la avenida, realmente. O dar marcha atrás, ¿pero para qué volver sobre sus pasos?
Podemos hablar aquí del valor, de que no necesitaron ningún estímulo externo para cruzar miradas, y sonreír. Aquel momento, en el que compartieron una de las cosas más preciadas del mundo, ninguno de los dos imaginaba lo que sucedería a continuación. ¿Qué sucedió? preguntaréis. No me digas más, ¿se besaron? ¡Qué típico! No, esperad, esperad, no adelantemos acontecimientos. 
Corría el mes de abril...vale, no, me dejo de bromas. 
Ambos seguían avanzando después de haber intercambiado esa preciada sonrisa. Y bueno, la chica cruzó la calle. ¿Por qué lo hizo? Porque quería conocerle, obviamente. 
-Hola, ¿te gusta la música? 
Él quedó algo sorprendido por la manera tan directa de la chica. Le gustaba esa forma de ser.
-Em, sí, supongo.-el chico intentaba salir de sus pensamientos. Ella olía a fresas, ¿o era a jazmines? bueno, no lo sé, pero seguro que el chico no lo olvida. Piel clara, ojos...ojos...ojos que decían algo. ¿El qué? ¡No me preguntéis a mí! Eso lo sabe él.
-¿Qué tipo de música te gusta?-insistió la chica. 
-Casi de todo, al menos lo que yo considero música. Aunque en especial me gusta...¿has escuchado a Sabina?
-Sí, claro que lo he escuchado. "Y morirme contigo si te matas." ¿Cómo seguía?-comenzó a murmurar la chica. 
Tenía una voz dulce, pensó él. Y también cantó.
-Y matarme contigo si te mueres...porque el amor cuando no muere mata...
-Porque amores que matan, nunca mueren.-continuó la chica. 
Y ambos sonrieron una vez más.
-¿Qué tipo de música te gusta a ti...eh...? Acabo de percatarme que no me sé tu nombre.-dijo el chico.
-Ssh...no es necesario.-aseguró ella haciendo un movimiento de indiferencia con la mano.-Me gusta casi toda la música también, pero en especial la música de la vida.
-¿La música de la vida?-dijo él sin entender del todo. 
-Sí, mira, calla. Shh. No hables, para, para. 
-No estoy ha...
-¡Ahora sí!-interrumpió ella. La música de la vida -prosiguió- es todo esto que hay. Los pájaros que pian felices, o tristes, el sonido del viento cuando mece las ramas de los árboles ¡o cuando hace crujir las ventanas en una noche de frío! También el sonido de los coches, de la gente que va andando por la calle...el sonido de nuestras propias pisadas...el sonido de la máquina de café cuando se hace ¿te gusta el café? Bueno, sigo. Incluso, el sonido que ahora mismo estamos haciendo nosotros, ¡o el de nuestros pensamientos!-comentó emocionada.
-Ya veo...-dijo él cautivado por sus palabras.
-¿Pero sabes cuál es el sonido más hermoso? 
-¿Cuál?
-¡El de la vida!-dijo ella y soltó una carcajada. 
-¿No es ese el que me acabas de describir? 
-Sí, pero no, la música de la vida es el conjunto de sonidos que hay en la vida, el sonido de la vida es EL sonido.-dijo gesticulando mucho la boca en ese artículo. 
-¿Qué diferencia hay?-preguntó el chico con una mirada de interés.
-Verás, te lo mostraré. Cierra los ojos, y escucharás la música de la vida.
El chico hizo lo que ella dijo. Y ahí estaban: los pájaros, los coches, las risas de los niños pequeños, el llanto de un bebé, el viento, una caja registradora...ahí estaba, la música de la vida. 
-Y este es el sonido de la vida. Mira, ven acércate. 
Él se acercó un poco y ella, le guió la cabeza hacia el lado derecho de su pecho...
Entonces escuchó lo que era el sonido de la vida...los latidos del corazón. La vida en esencia misma. 
-Tú...tú...¿de dónde has salido? ¡Me encanta todo lo que dices!-dijo el chico asombrado cuando se separó y la miró a los ojos. 
-Vengo de por ahí-dijo ella señalando hacia atrás de la avenida.-Supongo que igual que tú.
Y volvió a sonreír. 
-Sí, también vengo de allí, pero voy hacia...-el chico se frenó porque se percató de que había llegado al final de la avenida.
-Sí, no te preocupes, yo también venía hacia aquí. Bueno, un placer conocerte.-dijo la chica conforme iba alejándose.
-No, espera, ¿cómo te lla...?
La chica volvió a interrumpirle: ¡Recuerda, la música de la vida!- gritó.
Él era uno.
Ella era una.
Eran dos. 
Pero durante aquel camino habían sido uno, había existido un nosotros.
No se conocían, no se enamoraron, no se besaron, no se abrazaron, no se amaron...pero hablaron, y se sonrieron. 
Y, aunque quizá nunca jamás se volvieron a ver, él aprendió el sonido de la vida. Y ella, bueno, ella llegó a la conclusión de que merecería la pena volver a escuchar a Sabina.
Esto no es una historia de amor, pero puedo aseguraros, aunque tampoco lo recuerdo muy bien, que no dejaron de sonreír en ningún momento. En efecto, esa es la cosa tan preciada que compartieron, una avenida llena de sonrisas. Sí, también puedo aseguraros que ninguno de los dos, jamás de los jamases olvidaría al otro. 
Aunque él no sabía quién era ella.
Aunque ella no sabía quién era él.
¿No habéis preguntado quién soy yo? Tampoco me presenté, o no tuve ocasión de hacerlo (o quizá intención) 
Ah, ahora veo que sí lo hacéis, ¿quién soy? Pues un pajarito. Sí, de verdad, el que piaba fuerte, fuerte, fuerte, el que ambos oía. Bueno, quizá no lo sea. Deciros que durante esa historia yo cometí mi cometido. 
Da igual, espero que vosotros tampoco me olvidéis nunca. Sea quién sea yo. Y seáis quién seáis vosotros, tampoco os olvidaré.

Posdata: No dejéis de sonreír. 




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