sábado, 15 de marzo de 2014

Lloraba la sirena.

Lloraba la sirena en la roca
y cantaba una a una las penas
que de boca en boca sonaban en la ciudad.

Se murió el ruiseñor 
que adornaba de alegría la mañana
y con esa muerte en la ventana, 
el día tornó a un gris color. 

Un hombre sin chistera soñaba que se apagaba 
mientras alimentaba a las palomas
en la fuente del dolor. 

Y una enorme lechuza 
ululaba en la montaña 
con un abeto que calló y
todo lo aplastó. 

A la esperanza se le acabó la espera,
a los corazones el palpitar
y al fondo de la botella
se le añadió una gota más. 

A los gatos blancos le calló
un gran bote de pintura 
y sin ton ni son 
perdieron la poca cordura. 

Llego la muerte sin razón
y se atrevió a preguntar:
¿cómo un mundo con tanta vida puede sembrar la locura
y sumirse en la desolación? 

Y el hombre de la chistera olvidada  desde su fuente lo contempló.
Llegaron las palomas muertas de la canción de Sabina,
las golondrinas de Bécquer y la sal en las heridas. 

Con un toque de limón, el hombre se preguntó: 
¿cómo un mundo tan fuerte, 
es capaz de quedarse inerte
en el paso de la vida y la muerte sentado en el callejón?


Y es que hay personas, que se toman la vida a la ligera
como si se tratase de una carrera. 
Y no se paran a contemplar, la belleza de los alrededores, 
de los pequeños detalles, porque solo quien seguir corriendo, sin más, y llegar a la meta. Sin que importe nada. 
Hay que vencer a los días oscuros, salir de los caminos equivocados y conseguir mil de metas, sin buscar la meta final. 

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