Lloraba la sirena en la roca
y cantaba una a una las penas
que de boca en boca sonaban en la ciudad.
Se murió el ruiseñor
que adornaba de alegría la mañana
y con esa muerte en la ventana,
el día tornó a un gris color.
Un hombre sin chistera soñaba que se apagaba
mientras alimentaba a las palomas
en la fuente del dolor.
Y una enorme lechuza
ululaba en la montaña
con un abeto que calló y
todo lo aplastó.
A la esperanza se le acabó la espera,
a los corazones el palpitar
y al fondo de la botella
se le añadió una gota más.
A los gatos blancos le calló
un gran bote de pintura
y sin ton ni son
perdieron la poca cordura.
Llego la muerte sin razón
y se atrevió a preguntar:
¿cómo un mundo con tanta vida puede sembrar la locura
y sumirse en la desolación?
Y el hombre de la chistera olvidada desde su fuente lo contempló.
Llegaron las palomas muertas de la canción de Sabina,
las golondrinas de Bécquer y la sal en las heridas.
Con un toque de limón, el hombre se preguntó:
¿cómo un mundo tan fuerte,
es capaz de quedarse inerte
en el paso de la vida y la muerte sentado en el callejón?
Y es que hay personas, que se toman la vida a la ligera
como si se tratase de una carrera.
Y no se paran a contemplar, la belleza de los alrededores,
de los pequeños detalles, porque solo quien seguir corriendo, sin más, y llegar a la meta. Sin que importe nada.
Hay que vencer a los días oscuros, salir de los caminos equivocados y conseguir mil de metas, sin buscar la meta final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario