lunes, 5 de mayo de 2014

Locus amoenus.

Era un paisaje idílico a mis ojos, repleto de contrastes entre vida y muerte, entre amargo y dulce.
Era un continuo florecer y marchitar.
Lleno de magia de confín a confín y con mil cosas que descubrir.
Los pies nunca se quedaban lo suficiente cerca del suelo, pero con los dedos no podías llegar al cielo.
Olía a café, a nuevas oportunidades, olía a verano y a gasolina.
Olía a rosas negras, a vivos claveles y a margaritas esperando ser deshojadas.
Olía a sangre sangrada en papel, en forma de tinta.
El corazón sonaba como si estuvieses masticando cristales, igual que en la canción de Marea, siempre la luna sabiendo a poco y por eso era que tres hacían explotar el firmamento. A cual más radiante.
Mitad día, mitad noche.
Mitad locura, mitad calma.
Mitad verdad, mitad mentira.
Mitad realidad, mitad expectativa.
Las casas estaban pintadas con mil garabatos sin sentidos que sólo eran entendidos por la mano del pintor y y un arcoiris daba brillo a una ciudad apretada en tráfico.
La montaña más alta, del bosque más oscuro, del lago más profundo y del amor más elevado, estaba coronada por un megáfono, construido de cristal, desde el que gritar sin callar. Al mundo, al único mundo.
Un mundo repleto de sueños y versos que mueren en la boca.
Un mundo con mil luces de neón, cubiertas de enredaderas.
Equilibrio desequilibrado.
Érase una vez, un lugar en mi mente.

                                           Beyond.

No hay comentarios:

Publicar un comentario