domingo, 25 de mayo de 2014

Famen, faminis.

Hambre.
Hambre de tu hambre.
Hambre de tus huecos, de tus besos, de tus pecas y del mapa de tus lunares en la piel.
Hambre de tus ojos, tu saliva, tus heridas, tus cicatrices y tu ser.
Hambre de tu sed, de tus palabras, de tu risa sin reír. De tu silencio, de tu ruido, del respirar de tu nariz.
Hambre de tus caderas, de tus muslos, rebañados en los besos que no te ofrecí.
De tus sombras, de tus rimas, de la vida que dices que te di.
Hambre del reloj, del mando, de los lienzos en blanco, de quimeras, de despedidas y reencuentros de novelas bizantinas. De tu aliento.
Hambre de Romanticismo, hambre de Barroco, de poesía, de mí.
Hambre de lírica, de prosa engañosa, de rosas y de sentir.
Hambre de expectativas, de mentiras, de realidad, de sueños y de rezar a mi ángel y demonio.
Hambre de música, de cuadros, de luces de neón y edificios edificados.
Hambre de vicios, de dolencias, de novatadas y querellas.
De botes llenos de abrazos envasados al vacío.
De calor y de frio, de mañanas de abril y madrugadas de verano.
Hambre de agua, de sol, de estrellas y del son de tu voz.
Notas rasgadas, caricias acompasadas, graves y agudos en un domingo sin fin.
Hambre de fortaleza y debilidad, de inmunidad y fragilidad, de seguridad e incertidumbre.
Hambre de intriga, de cordura y de locura. De calma y tempestad. De guerra y paz.
Hambre de gritos.
Hambre de miedos.
De cielo e infierno.
Hambre de vida, hambre de ti.

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