Se fue, no dijo ni hola. Y por supuesto tampoco adiós.
Me abrió las retinas, se reflejó en mis pupilas, se lanzó
por mis lagrimales, me hizo mujer y me atravesó las costillas con una daga.
Me acarició la espalda, me sacó el corazón y, de vez en
cuando, sueño que me pidió perdón.
A veces me cogía en brazos, me mecía al son de una canción
de cuna pero de repente, me dejaba caer a la negrura.
Cuando quiere viene, cuando quiere se va.
Cuando quiere me puede salvar pero también es capaz de
matar.
Como una marioneta sigo sus hilos tensados, el alma se la he
vendido y ni siquiera me he enterado.
Sin inspiración, acecha la noche, la noche sin estrellas,
sin lunas. Un vacío, sólo negrura.
Es un castigo grande pero precioso a la vez, porque decidí
tomar el poder de hacer las cosas inmortales, a mi placer.
Dame sólo para ello, un boli y un papel.
Porque la poesía nunca muere, se queda en la piel.
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