lunes, 2 de febrero de 2015

Cartas no escritas.

Un día te dije, que siempre que yo me iba acostumbraba a dejar una carta. Pero esta vez, no tengo el valor suficiente para escribirte de mi puño y letra y no creo que tú tengas las fuerzas necesarias para atreverte a leerme. 
Es por eso que te digo, todo lo que quizá nunca me atreví a decirte. Toda la realidad que hoy ha estallado en mis narices, y no sé si comenzar por el principio o el final. Pero la cosa es…que el fin de esta historia ha sido un te quiero medio dicho, y yo... 
He vuelto a ser la escarcha de la mañana, el rocío congelado de un despertar cualquiera que al final nunca será entre tus sábanas. He vuelto a ser un témpano de hielo, helado por el frío y la distancia del fuego. Cuando el fuego es la metáfora perfecta para describir la forma en la que todo se destruye con un solo chispazo y vuelve a renacer de las cenizas cuando ya te cuesta hasta creer. 
Yo que me escondo entre metáforas y me dibujo en las anáforas del pronombre tú. 
Tú que estás siendo el principio de mis frases, el sonido imperfecto que suena casi cierto cuando te pronuncio entre suspiros y me intento dar un respiro dejando de decir tu nombre, aunque sólo sea un segundo, para que pierda el sentido. Y así reine el silencio. 
He vuelto a ser el vacío, cayendo al precipicio y sintiendo el suelo demasiado cerca cuando yo sólo quiero volar, o caer de una vez por todas. Pero no vivir en la ansiedad de tener la sensación de que me voy a estrellar y quedaré tan rota que los pedazos serán tan pequeñitos que ni siquiera podré mirar en ellos nuestros recuerdos. En cada azulejo empañado por las lágrimas. Y así sí que me pierdo.
 He vuelto a caminar por mi camino, ese tan solo como la luna en una noche cualquiera. Ese camino lleno de rosas secas, pero al fin y al cabo siguen siendo rosas. Rosas sin espinas porque todas están clavadas en mis heridas, dejando cicatrices que deciden abrirse cada vez que el corazón me recuerda que tú ya no estás. 
He dejado atrás la manía de dormirme escuchando tu voz para así despertarme agarradas a tus cuerdas vocales aunque sólo sea en sueños. 
He comenzado a abandonar los recuerdos en las cajas del olvido, esas cajas que tanto miro, que tanto extraño y que son como un refugio en los días de pánico. Pero bien sabes tú que cuando algo cae en ese baúl, es porque nunca quiero volver a vivirlo, porque sólo son historias, perfectas historias, pero al fin y al cabo sólo cuentos. Cuentos de los que no arrepiento. 
He vuelto pero antes de irme quiero decirte que deberíamos dejar de engañarnos, que ambos sabemos que nunca vamos a regresar. Que nunca seremos más nosotros. Que una vez que la llama se consuma, la chispa no prenderá ni una vez más. Porque hemos sido como el arco y la cuerda, complementarios, en equilibrio si estamos juntos, inestables si estamos lejos. Y últimamente siempre estamos lejos... Porque, yo creo que siempre he sido la cuerda que se mantiene atada y en su casillas, hasta que un día un arco le llega tensando la vida. Y tenemos que tener en cuenta que cuando alguien llama a la puerta y le dejamos entrar todo cambiará, pero un día se irá por donde vino, andará sobre sus propios pasos, dará un portazo y todo volverá a temblar.
La ausencia desgarrará.
La soledad llamará. Las penas te llenarán 
El vacío se incrementará. 
La contradicción crecerá. 
Y la vida, sí, la vida temblará. Y puede que entonces… te quedes con ganas de más. 
Este ha sido el fin de nuestra historia, no hay puntos suspensivos que valgan... 
Y si algún día vuelves, o yo decido dar marcha atrás, espero que el nosotros...vuelva a empezar.

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