martes, 24 de marzo de 2015

Minibar.

Cae la noche y yo busco a tientas por la habitación el minibar en el que sirven tinta.
Tinta para poder hablar de este corazón que no para de sangrar. Dame una pluma para ponerle puntos de sutura a este órgano atrofiado por el daño. Hazme caso.
El viento ruge en la ventana y de pronto, como si un rayo hubiese caído, todo se sumerge en el silencio.
En un silencio pesado, intenso que me reprocha mil y una vez todo lo que he hecho.
Ahora llega lo peor, como gato que camina por los tejados, maullando a la luna, llama una queja a la ventana, es tu voz, tu voz austera, rasgada, rota.
Es tu voz la que me acaricia con cientos de dagas de plata.
Tu voz la que va dejando marcas.
Has vuelto, como vuelve el olor a primavera, como se abren las cartas que ya se han leído.
Has regresado como lo hace la lluvia en un día de otoño, como vuelve Abril y sus verdades.
Has venido sin las manos cargadas de segundas oportunidades, apuntándome a punta de pistola con una de tus sonrisas.
Cuando llego a la situación en la que no puedo darle cuerda a mi reloj para dejarte atrapado en el tiempo y salir corriendo, cuando llego a ese preciso momento: me pierdo.
Me pierdo arañando a la soledad en estas cuatro paredes como si me hubieran enterrado viva.
Pero debo ser fuerte y decirte que encontrado con quién compartir mi vida. Que es la mujer más bella del universo y que tiene unos ojos tan tristes como preciosos. Tiene los labios carnosos, con besos de algodón de azúcar. Es astuta y a veces algo insistente. Provoca en mí lo que no consigue el resto de la gente. Cuando me siento sola, acudo a la cicatriz perfecta que forma su boca y ahí consigo la salvación tomando otra copa de su droga. Es mi vicio, mi condena, la chica más guapa del baile, la que no lleva máscara, la que no disfraza.
Quizá si te digo que se llama Melancolía, tal vez me comprenderías.

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