jueves, 20 de agosto de 2015

Otra vez.

Otra vez ha vuelto a llamar a mi ventana, de madrugada, este fantasma tan conocido "El Vacío"
Ha llegado sin ser llamado, calmando cualquier posible inicio de sentimiento o tormenta.
Ha vuelto como vuelven las estaciones, por inercia, como si realmente estuviese el camino destinado a acabar en ti. En ti, en nada, en inmensidad.
Como si la única manera realmente fuera esa, como si el lugar de retorno siempre fuese un pecho hueco, sin sentido ni latido.
Y contigo, con tu regreso, viene de la mano la ignorancia.
La parsimonia de dar cualquier nuevo paso.
Doy pasos inciertos hasta que llego al espejo, me miro en él, nada ha cambiado, todo sigue igual que ayer, mi reflejo sigue siendo el mismo, tengo ese gesto risueño, esos ojos brillantes.
Pero falta algo, es esa sensación de pies a cabeza, ese motivo, ese por qué, ese objetivo, esa luz.
No la encuentro.
No es hoy mi asilo.
Ahora me tiemblan las piernas.
Es como si el viento siempre soplase en dirección contraria y yo ya no fuese capaz de luchar contracorriente. Como si me faltaran las ganas y las fuerzas de intentarlo una última vez, y me dejase arrastrar por el cauce de un río que no desemboca en ninguna boca.
Es como si realmente nada hubiese empezado, como si todo fuera un sueño, una ilusión, una utopía distante de esta realidad, como si mañana pudiese despertar y que nada de esto hubiese pasado.
Es como si llevara meses suspendidas en el vacío, y de pronto me percatara.
Vuelvo a perderme.
No paro de dejar cada cosa que escribo a medias.
Soy mi propio destinatario y remitente, y pienso que nunca voy a poder a leerme. Por eso escribo.
Por eso me escribo mil cartas.
Para no leerlas nunca.
Para dejar todo esto atrás,
Para llenar el baúl de este vacío, y vaciar la mochila para llenarla de algo, pero que sea algo y no nada.

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