domingo, 30 de agosto de 2015

Balas de plata.

Desde el principio, las balas de plata han sido tus besos.
Desde el momento uno en el que tu sonrisa se convirtió en la pólvora necesaria para que me estallaran los versos en las manos de tanto escribirte.
Me hiciste volver a enfundar la pluma para herir de muerte en cualquier campo de batalla. 
Hay quien dice que la poesía es un alma de doble filo. 
Que daña y te daña, que te hace sangrar y que tu sangre se mezcle con la tinta en cualquier noche de Luna llena cuando su luz es la musa de cualquier línea sin sentido.
Cuando los latidos se sincronizan con el sonido de un reloj cansado de sonar.
Tic tac, bum.
Tic tac, bum.
La sístole y la diástole de un corazón preso en un puño junto a mis ganas de sellar la carta que sigue en el cajón.
Me aferro con impotencia a cualquier resquicio de esperanza que queda en mi vaso medio lleno de desesperanza. 
Y lo intento, juro que lo intento, apagar todas las luces para que no pueda volver tu sombra, aferrarme también a la vigilia para no soñar contigo.
Pero, a veces, en el tiempo que dura un parpadeo, vuelves a mi memoria.
Y de pronto, resuenan las ventanas, titilan de más las estrellas, las nubes ocultan la Luna, me tiemblan las piernas y llaman a la puerta,
Eres tú, o lo que queda de ti en mí, esperando que vuelva, que regrese a aquel puente donde nos dijimos adiós. 
Siempre te escribo sobre las huida como si algún día te aventuraras a leerme y te dieses cuenta de que mis letras siguen llevando, irremediablemente, tu nombre,
Y es que no puedo dejar de hacerlo, no puedo abandonarme al vicio que es el boli y el papel sin terminar cayendo en ti.
Oh, ángel caído atrapado en mi pecho.
Perdóname,
Perdóname por continuar recordándote cuando me suplicaste que me olvidara de ti.
Lo he intentando, lo he intentando desde aquel domingo en el que te despedí a lo lejos. 
Lo he intentando desde el día en el que el número 39 dejó de poder contarse.
Lo he intentando desde que me dijiste que tú no serías suicida por amor y me prometiste que estabas loco, pero habías dejado de estar loco por mí.

Juro que lo he intentando.
Que he intentado dejar de querer ir a buscarte, de regresar a tu pecho, de convertirme en el motivo de tus desvelos. 

Juro que he hecho lo imposible para no tener suerte en el trayecto, para no tener la posibilidad de traerte de vuelta.
Que quemé todos los tréboles para no encontrar nunca uno de 4 hojas.
Que desde entonces hice del 7 el número de la mala suerte y me aferré a la religión del número 13.

Juro que es cierto. Que ya no te busco. Que ya no te leo. Que no te escribo. Que he abandonado tus cartas para no abrirlas más. Que he olvidado el olor de tu colonia.

Juro que todo esto es cierto, que no lo intento. 

Pero no me pidas que mienta en esto. No me pidas que diga lo siento por seguir recordando que te quiero. O eso creo. 






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