lunes, 14 de septiembre de 2015

Otoño.

Esta noche enfundo la pluma no para contar historias sino para descoserme las heridas y que así no queden cicatrices. 
Marcas que me recuerdan todo lo que pude ser o hacer y no fui ni hice. 
Esta es la forma que tengo de recordarme a mí misma que un día fui tan tonta o tan lista para herirme la piel con balas que no son balas sino besos. 
Besos que calan hasta los huesos. 
Fruto del roce de esas personas que sólo aparecen para dejarte claro que hay que aprender sufriendo. 
Me paso este desastre de vida pisándole los pies a la palabra melancolía mientras bailamos canciones que suenan a despedida. 
Y no paran de sonar al ritmo de mi corazón que suena como un reloj que se rompe en mil trozos. 
No dejo de arrancar hojas al calendario en un intento fallido de engañar al tiempo. 
Salto de precipicio en precipicio, o de mirada en mirada, en busca de un hueco al que llamar hogar. Un pecho en el que quedarme a descansar todo el otoño que viene.
Porque ahora es cuando llega el tiempo en el que las cosas mueren. 
Cuando los árboles se desnudan y los corazones se ponen la coraza para protegerse del frío y que así no se vuelvan a congelar. 
Están llegando unas fechas que anuncian que el verano ha terminado y que con él van a quedar enterrados otro puñados de recuerdos.
Porque hay vidas que sólo viven cuando son bañadas por el sol. 
Y con vidas me refiero a amores, me refiero a relaciones, me refiero a sueños, a ilusiones. 
Ahora es cuando toca mirarse al espejo, y decirle a tu reflejo: "por cada muerte, resucitaré más fuerte."

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