Has muerto en la dolencia contraria de querer y no poder.
Y te mientes a ti mismo diciendo que no me echas de menos, que no añoras mis besos, y que no recuerdas mis labios de madrugada acariciando tu cuello.
Te mientes cuando intentas convencerte de que tu boca no está aún colgada de mi aliento.
Te autodestruyes quemando todas mis cartas, todas mis fotos, como si eso fuese a servir para borrar mi rastro, mi recuerdo, la marca que dejé en el lado derecho de tu cama, el carmín rojo fuego de tu camisa preferida.
Como si eso fuese suficiente para hacerte entender de que mi colonia sigue en la esquina de tu armario, que mis bragas están aún debajo de tu cama en forma de fantasma.
Que morirías por volver a aquella madrugada en la que tu piel y la mía se rozaron por primera vez.
Que morirías porque las luces de aquel concierto volviesen a iluminar todas nuestras sombras.
Que callarías, y callas, porque te gusta escuchar como me llamas en el silencio.
Y sé que aún esperas que mi mirada ilumine tu oscuridad.
Y lo sé, porque yo estoy justo igual.
Pero eso está de más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario