sábado, 20 de septiembre de 2014

Son las 4 de la mañana de una madrugada cualquiera y estoy arrodillada en un rincón de la habitación.
Tras la ventana llueve sin llover y la habitación está inundada sin que haya una gota de agua.
Me he perdido mil capítulos de esta historia que ya no siento mía. 
Y sigo escribiendo.
Escribir para recordar todo lo que he hecho, no hice o debí hacer.
Escribir para recordar que todo lo que empieza acaba y que hay cosas que terminan cuando no ha empezado a funcionar.
Clic. Clac. Clic. Clac.
Son los engranajes estropeados de esta máquina que tengo en el pecho.
El dolor se va contagiado del lado derecho al izquierdo y se propaga por el resto del cuerpo en forma de melodía callada.
Y no puedo.
He ido caminando y he visto mil recuerdos por los bancos, por las calles, en el suelo y en el cielo. Cualquier objeto parece llevar una de las letras de tu nombre.
Tan sonoro.
Tan inerte.
Tan lejano.
Tan doliente.

He seguido andando para darme de costado contra el asfalto, para arrancarme los pelos por pelos con mi enemiga la inseguridad.

Estoy esperando que todos tus monstruos llamen de nuevo a mi puerta, para que se peleen con los míos y decirles "bienvenidos a casa."


Y ten cuidado, hay cosas tan rotas que pueden cortar.


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