sábado, 6 de septiembre de 2014

En una tela de araña.

Por dejar atrás un pasado, que arde incluso por fuera, me estoy matando por dentro.
Por querer encerrar todas las sombras, mis días son más oscuros que nunca.
Por apagar todas las velas medio consumidas, me estoy apagando con ellas.
Por huir de todas las consecuencias, estoy cargando con una maleta de responsabilidades.
Y el pecado ha caído sobre mis hombros como si fuese un ángel caído hacia el perpetuo infierno. 
Camino por un sendero donde alguien no para de echar escombros a mis propias ruinas.
Y no hay silencio, pero no existe el ruido, sólo es un eco continuo de todo lo que fue y pudo no haber sido, o todo lo que no es y debería seguir siendo.
El calor hiela, y el hielo quema más que cualquier fuego.
Las manos, manchadas de tinta negra, no se sienten y los pies descalzos están en carne viva debido a las espinas de las rosas que habían en nuestro jardín.
Y no quiero estar aquí ni un momento más, no quiero seguir en esta dirección que sé de antemano que solo me llevará a un precipicio sin fondo. Un vacío que se incrementa con la caída.

No hay manos que echen una mano.
No hay hombros donde llorar todo lo que tus hombros no pueden cargar.
No hay nada, nada más que importe.
Nada que me diga cómo actuar. Porque mi mente está fuera de cobertura en mi propia red.

Tejer para caer.
Tejer para quedar atrapada.
Tejer para no saber cómo destejer y volver a volar.

Volar como el pájaro que sobrevuela el mar sin acercarse demasiado.
Volar como la mariposa que prefiere una sola flor.
Volar como las hojas del calendario.
Volar como vuela la imaginación, justo de esa misma manera.
Volar sin alas, volar sin levantar el vuelo...pero volar.

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