lunes, 14 de julio de 2014

Niebla.

Llega la noche y con ella los recuerdos te rodean hasta perder la poca calma que queda en aquellas cuatro paredes.
Esas cuatro paredes que tantas cosas han vivido y tantos testimonios han escrito cuando tu alma no podía soportarlo ni un minuto más.
Esta habitación tan llena, tan vacía, tan limpia, tan ordenada para intentar poner orden al caos interno que se avecina.
Van pasando los minutos...
Y como si de un súbito ataque se tratara vuelve ese picor en la nariz, esa sequedad en la garganta que sientes que arde y te mata.
Te consumes, te derrites pese al hielo que rodea toda tu fortaleza. Inquebrantablemente rota.
Te muerdes el labio mientras en tu mente se escucha el grito de "esta noche no, otra vez no."
Y lo intentas, con toda tu alma no quieres romper con todo otra vez más.
Pero no puedes, no puedes porque la vida cuanto más vacía pesa más.
Y cae la primera lágrima. Y la segunda, y otra que le sigue y te preguntas por qué ni siquiera el agua de tus ojos consigue apagar tu propio infierno.
Y siguen cayendo, hasta que te rompes, rompes a llorar como si tu alma se separara de tu cuerpo en ese preciso instante.
Te miras al espejo y solo ves un vago reflejo de lo que quieres ser y no eres.
Te miras al espejo y solo ves una ilusión hecha añicos.
Miras el vaso, tan vacío, y te ahogas en él.
Miras la cama, tan vacía, y te intentas refugiar en ella. Sin consuelo y sin amparo.
Miras la ventana, y la ves.
Ves a Luna, coronando el cielo con todo su esplendor. Tan sola, tan sumamente sola.
Pero tus lágrimas no te permiten ver más allá de una cortina de agua salada. Ni siquiera puedes contemplar la poca belleza que queda en tu vida.
Y así, sigues llorando.
Con una niebla interior que confunde todas y cada una de tus realidades.
Dándote cuenta, que desde tus ojos, todo se ve más nublado.



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