martes, 8 de julio de 2014

Puedo hablar...

¿Qué puedo decir que el mundo no sepa si ella gritaba con los ojos?

Puedo hablar de su risa, esa maldita risa que invitaba a reír, a gritar y a comerse cada uno de los gestos de su cara.
Puedo hablar de sus pecas, que eran las estrellas de mi propio universo, hablo de su voz.
Puedo hablar de sus ojos color café, razón de mi insomnio. 
O de sus clavículas, que era mi puente a la locura de su boca.
Joder, esa boca, esa boca rosada con olor a hierbabuena.
Y su sonrisa que alumbraba más que la luz de la Luna. 
También puedo contaros como sus pupilas reflejaban los colores del arcoiris, en blanco y negro.
Era especial, jodidamente especial, pero eso todo el mundo lo sabe.
Porque ella era la que pisaba fuerte por cada una de las calles de Madrid.
Porque ella era la que ponía el alma en cada verso, y cada beso.
Y dejaba la huella de su carmín rojo en el lado izquierdo del pecho, junto al corazón.
Ella era como el trocito de oxígeno que me faltaba al anhelarla. 
Era como el primer brote de la primavera. 
Y el invierno se precipitaba cuando ella se alejaba.
Puedo hablar de su espalda y las constelaciones formadas por la unión de sus lunares.
O el antojo que tiene en la parte baja de ella donde yo, al igual que Melendi, pierdo la memoria.
Puedo hablar de su cuello. 
Puedo hablar de sus ojeras, que para mí eran las más hermosas del mundo.
Y de sus lágrimas, que eran el perfecto dulce salado.
Puedo contaros como fue mi vida a su lado, como fue cogerla de la mano. 
Joder, que malo fue despertar y que no estuviera a mi vera. Y darme cuenta de que soñar con ella, había merecido la pena.

¿Dónde estás, pequeña? 


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